La carreta de bueyes
Cada mañana aparecían subiendo muy despacio tirando de la pesada carreta y el hombre que los guiaba los hacia avanzar, unas veces pinchándoles con la punta de la vara y otras repitiendo una cantinela: “vamos Tanito vamos, vamos tira, tira Tanito tira”.
Eramos todos pequeños, pasábamos los ratos jugando delante de la puerta a la sombra de las acacias. Cuando aparecían, corríamos a la alambrada para verlos pasar. Era uno de los espectáculos grandes del día, ver aquellos cabestros enormes y sumisos unidos por el yugo pasando tan cerca que casi se les podía tocar. Yo sentía una mezcla de miedo y admiración, tú eras tan pequeño que no te puedes acordar, creo que todavía estabas en el capazo.
No se como fue, pero el caso es que alguien empezó a llamarte Tani, y enseguida se convirtió en tu sobrenombre.