viernes, 19 de marzo de 2010

Subida al Aneto en solitario - Septiembre 1976

Hacía tiempo que tenía ganas de subir a un gran pico en solitario, en cuanto se presentó la ocasión puse en el proyecto todo mi entusiasmo, no tenía predilección por ninguno en concreto pero las dos posibilidades que mas me atraían eran el Monte Perdido por el valle de Pineta o el Aneto desde Renclusa, me decidí por la segunda posibilidad y cuando llegaron mis días libres ya lo había preparado todo.
El día de la salida, cuando me levanté hacía un tiempo infernal, el agua caía a cántaros y la tormenta estaba justo encima, no amainó hasta mas allá de Lérida, seguí porque a medida que amanecía se iban abriendo algunos claros y el tiempo parecía mejorar, esto me dio ánimos para continuar felizmente con mi viaje.



El pueblo de Bonansa (Lerida) entre nubes

Todavía era muy temprano cuando pasé por Benasque y empecé a adentrarme por el valle del Ésera, las recientes lluvias habían dejado el aire fino y limpio y los oscuros verdes de las coníferas contrastaban con los maravillosos tonos otoñales de los árboles caducifolios dándole al paisaje una especial belleza.
Antes de llegar a los Baños de Benasque cruzaron la carretera una pareja de ardillas, se subieron tranquilamente en las ramas de un grupo de avellanos y como había parado el motor del coche para no asustarlas, pude disfrutar de sus ágiles movimientos y estáticas posturas durante un buen rato. Siguiendo, ya cerca de los Baños encontré a un mozo que acarreaba leña, él creía que el buen tiempo no tardaría en llegar pero me dijo que esos días atrás había hecho muy malo y que no había parado de caer agua.
Llegué al final del camino y dejé el coche, después de una buena comida cojí el equipo y empecé a subir hacia el refugio de la Renclusa, al poco rato me crucé con cuatro montañeros que bajaban desanimados, ellos también habían ido a subir al Aneto pero el mal tiempo había pasado por agua sus ilusiones y tuvieron que pasar el fin de semana encerrados en el refugio sin poder salir, tendrían que esperar otra ocasión para realizar sus planes, antes de separarnos manifestaron la sana envidia que sentían hacia mi y me desearon buena suerte en mi aventura. Poco después llegué a Renclusa y tras echar un vistazo seguí mi camino, siempre que puedo evito los refugios y sus alrededores por lo sucios que suelen estar estos lugares, parece mentira que los "cerdos" sean capaces de llegar tan arriba.
Instalé la tienda en una pequeña pradera al pié de los Barrerones de la cresta de los Portillones y después de colocarlo todo, como solamente eran las dos de la tarde, me dediqué a explorar un poco la zona. Subí al pico Renclusa cresteando desde el Portillón Superior, desde este magnífico observatorio seguí con la mirada el itinerario que tendría que hacer al día siguiente. Todo el glaciar estaba de un blanco inmaculado lo que indicaba que mas arriba había caído una buena nevada.
Bajé al campamento y tomé un té con algunos frutos secos, después me entretuve en subir un poco siguiendo el torrente Maladeta, llegué a una pradera toda encharcada donde encontré las dos ranitas mas diminutas que jamás haya visto, tenían el tamaño de un grano de arroz.
He olvidado que subiendo al Portillón superior pude ver tres perdices de las nieves que ya tenían su blanco plumaje invernal, me hizo mucha ilusión comprobar que todavía quedan por el Pirineo.


Croquis del itinerario

Llovió mcho durante gran parte de la noche pero dentro de la tienda pude dormir tranquilo , cuando me desperté miré el reloj y eran las seis de la madruga, el cielo estaba completamente despejado y repleto de estrellas, empezaba a clarear. Sin perder tiempo desayuné abundantemente y me preparé para salir.


Pico Renclusa al amanecer

Cuando empecé a subir eran las siete de la mañana, empecé despacio para coger el ritmo poco a poco, antes de llegar a la cresta de los Barrerones las piedras estaban cubiertas por una fina capa de nieve polvo que las hacía muy resbaladizas y hacía que tuvieras que andar con cuidado, a partir de este punto toda la pedrera que tuve que cruzar hasta alcanzar los neveros estaba en las mismas condiciones. Nada mas atravesar el Portillón Superior pasé junto a una placa dedicada a una chica francesa muerta en aquel lugar hacía un par de años, en aquel momento, rodeado de tanta inmensidad, me sentí muy solo y me embargó una gran tristeza, sentí curiosidad por conocer las causas de la tragedia y me hubiera gustado que alguien hubiera podido contarmela. En montaña el mas pequeño error puedes pagarlo muy caro.



El Aneto desde La Cresta de Los Portillones

Comencé a cruzar la gran extensión de bloques pétreos de la morrena sin perder ni ganar altura y con la vista puesta en la bonita silueta del Aneto que poco a poco iba estando cada vez mas cerca.
Creo que volví la cabeza por primera vez al pisar el borde del glaciar, me llevé una sorpresa al comprobar que entraban nubes por El Collado Maldito pero no le di mucha importancia, era temprano y ya sobre el glaciar podía llevar un ritmo ligero y constante.
Empecé a caminar entretenido en observar como rodaban ladera abajo los pequeños trozos de nieve que desprendían mis botas. Unos, los mas redondos, rodaban a gran velocidad haciendo una linea contínua en la reciente capa de nieve, mientras que otros, de formas mas irregulares, parecían bajar a trompicones dejando tras de si una línea de trazos.


El Aneto y su magnífico glaciar

Las nubes hechas girones aparecian por encima de los picos y crestas que se encontraban a mi derecha, un viento rancheado y cálido empezaba a soplar cada vez mas fuerte pero seguía haciendo un sol intenso y el aire era tan caliente que hacía sudar con el esfuerzo.
Una de las veces que me detuve observé que por caminar distraídamente, la línea de mis huellas se curvaba cada vez mas hacia abajo, reanudé la marcha tomando como referencia el Colado Coronas dede el cual sabía que tendría que atacar el pico de Aneto, de esta manera mi trayectoria hizo un quiebro brusco buscando una pendiente bastante fuerte lo que me obligaba a pararme de cuando en cuando, circunstancia que aprovechaba para contemplar el paisaje.



Mirando atrás sobre mis huellas

… y poco a poco me encontré sorteando grandes grietas, los veinte centímetros de nieve nueva habían cubierto el grisáceo hielo pero por suerte no había nevado lo bastante como para que se hubieran formado los peligrosos puentes de nieve que en algunas ocasiones camuflan las grietas , por lo tanto mi marcha era segura y podía recrearme con toda la grandiosidad de la montaña.



Una impresionante grieta

Al llegar al punto en donde tomé esta foto el tiempo empezó a preocuparme un poco, era temprano todavía y las nubes seguían estando muy entrecortadas, por eso seguí adelante sin dar demasiada importancia a la climatología.
Por fin alcancé el Collado de Coronas por donde entraba un fuerte viento cálido y húmedo que hacía desprenderse los repollos de hielo adheridos a las rocas, este mismo viento había barrido la nieve derritiendo un poco la superficie del hielo haciéndolo muy resbaladizo lo que obligaba a andar con mucha precaución, tengo que reconocer que en este momento estuve a punto de dar media vuelta pensando que era la medida más prudente pero sin embargo, al sentir la proximidad del pico, que realmente ya no se veía tapado por las nubes, decidí hacer el último esfuerzo y continué subiendo.
Como ya he dicho antes, las condiciones del suelo en este lugar no eran muy buenas y como no tenía crampones tuve que empezar a tallar escalones en el hielo con el piolet.



Último espolón (a la derecha el Collado de Coronas)

Después de avanzar un poco decidí pasarme a la roca a pesar de que esta tenía un cascarón de hielo que había que romper para poder hacer presas y apoyos seguros, esto me pareció todavía mas arriesgado y volví a la nieve, que por suerte y gracias a que la vía giraba hacia el Este, volvía a estar en buenas condiciones para avanzar.
El pasarme a la roca realmente fue motivado por un resbalón que me hizo descender diez o quince metros y que pude parar con el piolet, pero por no llevar los guantes puestos, salí con algunos cortes en la mano derecha provocados por el hielo.
A estas alturas las energías se agotan fácilmente, cada diez pasos tenía que pararme a recuperar el aliento, hacía un rato que ascendía envuelto en nubes por lo que no podía disfrutar del paisaje, sin duda maravilloso, que puede disfrutarse desde allí en días despejados, de todas formas, por pequeños agujeros que de cuando en cuando se habrían en la niebla, pude disfrutar de la visión efímera de algún pico o trozo de glaciar.
Poco a poco ganaba altura y en los descansos me entretenía en observar a esos pajaritos oportunistas que sin miedo del mal tiempo van alimentándose de los mosquitos y otros insectos que están ateridos en la nieve y que han sido transportados hasta allí por las masas de aire cálido.
Por fin alcancé la cumbre secundaria, desde esta precumbre para llegar a la cima hay que pasar por el conocido Puente de Mahoma, (*) en aquella ocasión dicho puente estaba simplemente criminal, dejé todo lo que llevaba, incluso el piolet, y empecé a atravesarlo pegado a la roca como un pulpo, no había ni un trocito de roca que no estuviera cubierto por el hielo y el vacío bajo mis pies era inmenso, después de muchos sufrimientos a las doce y media hice cumbre.



Cumbre, 29 Sep. 1976 - 12:30 h

Como es lógico sentí lo indescriptible, una inmensa satisfacción porque la montaña me había dejado conquistarla en solitario poniendome a prueba con unas dificultades fuera de lo común.
En el cuaderno de la cumbre escribí algunas de las peripecias pasadas durante la ascensión y lo volví a colocar en el buzón. Después de hacer la foto de rigor como no se veía nada y el tiempo iba de mal en peor me dispuse a iniciar el descenso pero antes de atravesar de nuevo el Puente de Mahoma no se porqué grité a pleno pulmon:
.- Jose, Nano… me acuerdo mucho de vosotros!
Pense volver y escribirlo en el cuaderno pero no lo hice, de todas formas nadie lo hubiera entendido.
Bajando las primeras pendientes sufrí lo mío pero después de las dificultades pude bajar a buen ritmo, a las tres y media estaba en mi campamento, a las cinco aproximadamente llegué al coche y a las ocho estaba en el hotel Benasque donde cené y dormí confortablemente.

* en la primera ascensión Albert de Franqueville bautizó el paso final a la cumbre como paso de Mahoma, se supone que en referencia a la leyenda musulmana que dice que la entrada al paraíso es tan estrecha como el filo de una cimitarra